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Iván de Santiago González

Lecturas Voluntarias

LO BUENO Y LO MALO ….

San Mateo tiene muchas cosas buenas. Desde el pasado viernes que Víctor Manuel nos dejó el pregón y Miguel Ríos dio el chupinazo, no hemos parado de vivir cosas buenas. Encontrarse en la calle con todos, que el sol aguante la lluvia para que podamos recorrer los chiringuitos, que comer un bocadillo ya no sea un atentado para los dientes o el estómago, como antaño; que, cada tarde y cada noche podamos disfrutar de música y amigos, sigue siendo un lujo solamente al alcance de ciudades de dimensiones similares a la nuestra, y con tradiciones que no dejamos que se apaguen.

            San Mateo nos permite a los ovetenses que el verano no fenezca. Que septiembre, un mes odiado en todo el mundo, sea aquí un tiempo festivo, en el que volver es más liviano, en el que regresar a los quehaceres habituales se ve tamizado por el dulce sabor del mojito, el agrio de la caipiriña o la sidra, que echas de menos en cuanto abandonas Asturias, acaso momentáneamente.

            Y por eso me sigue encantando vivir en esta ciudad donde saludé a no menos de 500 personas el viernes en el concierto, y donde es imposible ir por la calle estos días sin pararse y comentar el verano, lo que viene, lo que hacemos. Porque aquí somos pocos, pero somos buenos, y encima estamos de fiesta.

            Expuesto cuanto antecede, no todo es glorioso en San Mateo. La lacra del botellón no es una enfermedad, es una pandemia. El pasado viernes o sábado noche, desde Porlier hasta la Catedral, desde el Fontán hasta el Ayuntamiento, desde El Campillín hasta Sacramento, desde Santa Susana hasta Uría, no había un solo hueco en el suelo.

            Se agolpaban cientos de grupos de jóvenes provistos de bebida sobre el suelo. Botellas de alcohol de marcas conocidas y desconocidas, cerveza, refrescos en botellas de dos litros, el suelo como sillón y el cielo como techo. Beben mucho y sin saber el qué. Beben sin medida porque asocian fiesta y alcohol. Y todo ello en plena calle, a la vista de todos, incluso los que guardan el orden, o deberían, pues es imposible que atiendan semejante marabunta de bebedores callejeros.

            En las fiestas, donde incluso los niños trasnochan con sus padres, donde todos conocimos el reloj sobrepasando las 12 y nos creíamos héroes, ahora los niños de 10 años ven a cientos de sus ligeramente mayores compañeros de colegio tirados por el suelo bebiendo de una botella de colores, de una garrafa, mientras otros sujetan a un chico ligeramente mayor que ellos que ya no se tiene sobre el suelo.

            Y mientras tanto, muchos bares vacíos. De los que pagan sus impuestos todo el año y de los que lo hacen para las fiestas. Vacíos mientras ven cómo a 10 metros de su local, en la acera, los chavales beben sabe dios qué matarratas que ellos han combinado sin mesura.

            Algunos, en el colmo de la inconsciencia, deciden unirse al negocio de la irracionalidad y poner por delante el bolsillo de la decencia. Una barra móvil, en la calle Cimadevilla, anunciaba “Se vende hielo y refresco de 2 litros”. Si creen que ese es el modo en que se hace dinero en las fiestas, mejor que cierren y se vayan a casa.

            Con la salud y la desmesura de los jóvenes no se juega. Y si no sabemos enseñarles, pagaremos las consecuencias.

            El resto, seguiremos de fiesta como nos enseñaron, cenando en los restaurantes, leyendo en la biblioteca y durmiendo en una cama. Lo demás, sinceramente, que se lo vendan a otros, que yo no lo compro. Y espero que ustedes tampoco.

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Sobre el autor

Abogado y escritor. Grafólogo. Presidente de la Sociedad Asturiana de Grafología. Profesor de la Escuela de Práctica Jurídica y del Máster en Abogacía de la Universidad de Oviedo. Autor de cinco novelas publicadas y ganador de varios premios de relato. Exconcejal del Ayuntamiento de Oviedo en el período 2007-2011.


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