No es esta la primera ocasión en que hablamos en esta humilde columna del Centro Social Autogestionado (así lo llamaron) de La Madreña, pero sí será la última, se lo prometo. La Madreña, como tal, se disolvió a principios de este mes y esta semana el Ayuntamiento ha dado licencia a SEDES para derribar el edificio de la calle General Elorza, donde en su día estuvo la Consejería de Sanidad, y, donde en los últimos años se había consolidado este movimiento.

            No es una cuestión ideológica, porque ya he dicho en al menos cuatro ocasiones que estos señores y yo estamos en las Antípodas. No es tampoco una cuestión de legalidad administrativa, porque al ser las licencias una cuestión reglada (quiere decir esto, para los profanos, que no son discrecionales, y que cumpliendo los requisitos, una administración pública no puede negar una licencia) el Ayuntamiento de Oviedo no tenía otra posibilidad que conceder la licencia de derribo. O quizá sí, pero eso es la parte final de esta guerra, que sin duda pasará por el Pleno y seguro acaba en un juzgado contencioso administrativo. Ojalá no sea tarde.

            No es siquiera una cuestión de legalidad ordinaria, porque los tribunales ya dijeron que ante una ocupación sin amparo jurídico de un edificio, y la denuncia de su dueño (aquí está la madre del Cordero), no les quedaba sino otra opción que ordenar el desalojo, que tuvo lugar hace unos meses, se acordarán. Así que por aquí tampoco hay vía.

            Es una cuestión de justicia y de ética. La justicia no siempre está en los tribunales, se lo dice alguien que los visita todos los días. Donde se aplica la ley, no se imparte justicia, que son cosas muy distintas. Y es una cuestión de ética. Con un país en franco desmoronamiento por una crisis feroz, y rodeados de basura que nos ha robado desde la compra del supermercado hasta las grandes cifras de las tarjetas opacas, que se han quedado con las ayudas a la formación hasta las obras enormes de Ayuntamientos comprados con dinero basura, no parece ético derribar un edificio donde, de forma gratuita, se hacía labor social y cultural.

            Allí se reunían asociaciones que no tenían cobijo en otros lugares. Se leían textos, se cantaba y se bailaba. O solamente se hablaba, esa cosa rara que en el siglo XXI se nos está olvidando, de modo que quizá haya que acabar protegiéndola como bien cultural al mismo modo que el silbo canario.

            Se hacían muchas cosas, y ninguna de ellas causaba perjuicio a nadie, sino beneficio a ciudadanos y asociaciones. Pero esa guerra terminó. Ahora quedan los restos de la batalla, que también se borrarán el día que SEDES entre con la piqueta. El símbolo de un grupo de gente que creyó que se podían hacer cosas juntos cuando uno solamente mira para sí, porque la vida no le permite más lujos desaparecerá en camiones al vertedero.

            Y los encargados de SEDES, políticos que votamos todos, sin rubor entrarán con la maquinaria y tirarán el edificio, sin destino conocido, y, sin duda, sin presupuesto para construir nada. Donde había un lugar de encuentro para la cultura, habrá un solar, que se irá llenando de ramas, de maleza, de miseria…

             A mí, sinceramente, me causa rubor que alguien ponga no sé qué intereses por delante de otros, con lo que está lloviendo ahí fuera. Que, en lugar de reunirse con los promotores de este movimiento, y hacerles ver que ilegalmente no se puede estar en ningún sitio, y que habría que documentar una cesión ordenada, prefiera demoler sin vergüenza el edificio y dejar un solar.

            No lo entiendo. Y quizá por eso no pueda explicárselo.

            Simplemente. DEP.