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Iván de Santiago González

Lecturas Voluntarias

FÁBULA BANCARIA DE COMIENZO DE SEMANA

FÁBULA BANCARIA DE COMIENZO DE SEMANA.

 

            Este pasado fin de semana, climatológicamente aciago, como conocen y sin duda han padecido, invitaba a la reflexión. A plantearse muchas cosas, de presente y de futuro. Rehacer estrategias, y siguiendo los ejemplos preclaros de grandes líderes nacionales e internacionales, ordenar la propia vida.

            Así que yo pasé el fin de semana viendo al líder de Syriza y sus mensajes novedosos, aprecié luego a su recién nombrado Ministro de Hacienda despreciando a la Troika – que iban a verle a su casa, y se fueron con mala cara – para, finalmente, escuchar los pareados que se decían en la Plaza del Sol los amigos de PODEMOS, que congregaron un número indeterminado (indeterminado siempre lo es, pero abundante también) en la Puerta del Sol de Madrid.

            En las calles de Oviedo granizaba y nevaba. Salir era una aventura, que se reducía a lo imprescindible, que puede ser el periódico en un sábado o un domingo con mínimas de 1 y las calles intransitables.

            En estas condiciones, uno que siempre va guiado por la premura del día a día, se quiera o no, acaba pensando y reflexionando. Con una simple consulta numérica en la red, puede comprobar que lo que España le prestó a Grecia para los dos rescates ronda los veintiséis mil millones de euros (disculpen que lo ponga en letra, pero a partir de determinadas cifras me tiembla la tecla). Es decir, cada español dejó 800 €. Yo no lo había hecho el cálculo, pero hecho está y a eso tocamos usted y yo.

            Así que tras mi reflexión del fin de semana, me levanté el lunes por la mañana lleno de fuerza. Me puse un par de discursos de Errejón y Monedero mientras les increpaban por habérselo llevado crudo y el último de éstos gritaba “Montoro, no te tengo miedo” y con eso y un poco de Federico Jiménez Losantos a las 8 de la mañana, sale uno de casa que se come el mundo. Mi portero me miró pensando que un superhombre atravesaba la calle.

            Sin dudar un ápice llegué a mi oficina bancaria en no más de veinte minutos. Entré en la oficina del Director sin pedir permiso, porque el banco somos nosotros, como el pueblo, y nosotros tenemos el poder, y no hay que pedir permiso por lo que es nuestro, solamente recuperarlo (uff, cómo voy). De un solo tirón, en no más de cinco minutos le canté las cuarenta. Que si bien era cierto que tenía dos hipotecas y dos préstamos, no tenía pensado devolverlos. Que lo máximo a lo que podían aspirar era a que un interlocutor válido, que yo aún no tenía decidido, se sentase conmigo a renegociar cuantías y plazos. Que de momento yo estaba pensando en una quita del 40 % de la deuda, y que no tenía pensado que nadie me humillara. Que tenía y tengo muchos años de historia, y mi familia me había encomendado – acaso con su silencio cuando le narré mi sinrazón – que les devolviera la dignidad, la dignidad perdida en manos de usureros que ahora usan corbata y se creen la salvación de Occidente.

            Todo esto en apenas cinco minutos. Por mi mente atravesaba el rostro sonriente de Alexis Tsipras y Pablo Iglesias subido al balcón de Sol. La fuerza me llenaba. Oía los vítores tras mi espalda. Me salían de memoria textos de Benedetti, canciones de Silvio Rodríguez, Víctor Jara o Ismael Serrano. Poemas de Neruda me venían a los labios. Recordaba pintadas en muros que hubiera deseado realizar.

            Paco, el director de mi oficina me miró con la cara de quien aún no se ha despertado un lunes. Se levantó con rostro de pocos amigos y se me cogió por el brazo y me levantó de la silla. La realidad ni siquiera te grita, simplemente te ignora. Me acompañó hasta la puerta, mientras me decía: “Mira, estas tonterías están bonitas para un viernes a medio día, pero un lunes por la mañana, ni de coña. Tengo muchas cosas que hacer para que vengas a reírte de mí.”

            Toda la fuerza de Tsipras me abandonó de repente, cuando me cerró la puerta en la cara. Me giré, derrotado, mientras las miles de personas que segundos antes me coreaban se difuminaban instantáneamente. Mientras me iba, aún la cruel burguesía tuvo tiempo de asentarme otro golpe, injusta y egoísta en su victoria. Paco abrió de nuevo la puerta de la oficina y me gritó, mientras señalaba a una empleada de la oficina bancaria:

            “Antes de marchar, deja a Marga firmada una orden de pago, anda, que tienes unos cargos en la cuenta pendientes”

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Sobre el autor

Abogado y escritor. Grafólogo. Presidente de la Sociedad Asturiana de Grafología. Profesor de la Escuela de Práctica Jurídica y del Máster en Abogacía de la Universidad de Oviedo. Autor de cinco novelas publicadas y ganador de varios premios de relato. Exconcejal del Ayuntamiento de Oviedo en el período 2007-2011.


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