LA DIGNIDAD PERDIDA
Este es el segundo año que se organizan las llamadas “marchas de la dignidad”, que, partiendo de Asturias y de otros lugares del país, protestan contra la austeridad y las medidas que se tomaron para mantenerla. Tuvieron su origen aquí, el año pasado, donde muchos se subieron a los más variados medios de transporte para llegar a la capital y hacer oír su voz.
Es respetable siempre, porque para eso vivimos en una democracia que impulsa precisamente el debate y la confrontación pacífica de ideas, que haya algunos, muchos, que discrepen abiertamente del gobierno y de las medidas de recorte que se asumieron en los últimos cuatro años, cuando este país se nos iba por el garete. De hecho, quienes defienden la política contraria y llaman a los ajustes el “austericidio”, ponen Finlandia de ejemplo. Un país que dejó caer a sus bancos, que no recortó ayudas públicas en ningún sector estratégico y que, sin embargo, ha logrado salir del pozo, para conformar el “milagro finlandés”. Un milagro sin duda, porque aquí pasamos las de Caín, y mejoramos, pero nos cuesta tanto …
Pero, como el año pasado, las marchas pierden la dignidad por culpa de unos cuantos. Cuando concluyen sus actos, como ya ocurriera el pasado año, grupos de violentos siembran el terror y destrozan cuanto encuentran a su paso. Les da igual una cafetería donde sus pobres empleadas les miran con pavor, mientras trabajan un sábado noche para poder sobrevivir, que un banco, un Museo, o un dispensador de alimentos.
Arrasan con todo, queman, destrozan, golpean con palos, agreden a los agentes… siembran devastación a su alrededor como si eso fuera el objetivo de una marcha pacífica, que recorre seiscientos kilómetros desde Andalucía o quinientos desde Asturias sin una sola incidencia. Golpean policías y periodistas, y nada les para.
Son unos pocos, es cierto. En concreto diecisiete detenidos y otro grupo de unos cincuenta en total. Algunos, los mismos del año anterior, que pasaron la noche en Comisaría y fueron puestos a disposición judicial. Ahora resulta que si se les aplica la normativa estricta en materia de seguridad ciudadana, aún escucharemos a alguno, quizá alguno de los que estaban en esa marcha que estos terroristas callejeros ensuciaron, hablando del Estado represor y esas milongas que ya nos suenan.
Y quizá debieran ser sus propios compañeros quienes les purgaran. Quienes se personasen como acusación particular contra ellos, para que les caiga la mayor pena posible y dejen de ensuciar futuras marchas con sus actos vandálicos. Lejos de postureos políticos, convendría que los propios que organizan la marcha les dijeran algo y claro a estos tipos que no son de los suyos. Que son del tipo de los criminales callejeros, que destrozan y agreden con independencia de lo que se celebre o se reivindique. Porque estos no son de nadie, son de ellos mismos.
Ellos mismos, los que organizan las marchas, los pacíficos que quieren que se les oiga y no rompen cosas ni agreden a nadie, son los que deben sacar a las ovejas negras de su grupo.
En caso contrario, el año que viene volveremos a verles. Y perderán la dignidad que lleva su nombre, y sus actos, a cuenta de unos cuantos.