DURA LEX
Hoy les voy a contar una historia de esas que suelen gustarles, porque son la vida misma, la realidad traspuesta a estas páginas, lo que ha pasado a alguien que ahora compartimos en esta preciosa mañana de sábado, junto a ese café y ese zumo, antes del vermouth, o tras la cena y con ese gintonic que tan buen aspecto presenta.
Es el ejemplo, a mi humilde criterio, de que hemos llegado a tal colmo de estupidez humana que legislamos en demasía, castigamos lo inane, dedicamos esfuerzo a lo que carece de importancia, y con todo ello, orillamos lo importante.
Imaginen a un empresario asturiano que hace un quinquenio entendió, a la fuerza, que en esta región no podía seguir comiendo, y tuvo que llevarse sus productos lejos, tan lejos como China. Desde entonces, uno de cada dos meses está fuera de su casa y ve crecer a sus hijos por videoconferencia a través de Skype.
Imaginen que vuelve a su casa, una noche, tras 23 horas de vuelo y atravesar tres aeropuertos en Europa. Llegado a Madrid, como el último vuelo que le llevaría a casa es el más caro, coge un coche de alquiler en Barajas. Son casi cinco horitas más hasta la lejana tierra de los astures, pero todo merece la pena cuando llevas más de un mes fuera de casa.
Imagine que arriba a su casa en Oviedo a las 5 de la mañana de una lluviosa noche de febrero. Cuando entra en su garaje y se dispone a aparcar, un coche ocupa su plaza. Lanza unas duras palabras al aire, que mejor no repetimos, pero estima que no es hora de buscar a quien ocupa su plaza esa noche. Ve un hueco libre dos plazas más allá y deja su vehículo.
Imaginen que a la mañana siguiente sus hijos llegan a su cama a darle un beso antes de irse al colegio, y le dejan dormir, con la promesa de darle muchos más a la hora de comer, cuando regresen a contarle todo lo que han hecho este mes y él les cuente cómo son las cosas en la lejana China.
Imaginen que duerme, tras casi dos días sin hacerlo, hasta que el timbre de su puerta suena insistentemente. Llega, somnoliento, hasta la puerta, y al abrirla se encuentra dos oficiales de la policía nacional, que le requieren inmediatamente para indicar si su vehículo está aparcado en otra plaza. Son las 12.30 y le urgen a que inmediatamente baje al garaje con ellos.
Imaginen que baja al garaje y explica la situación, ante los gritos del propietario de la plaza y siendo obligado por la policía a comparecer esa misma mañana a declarar en la Comisaría. Imaginen que tiene que mover su coche a su plaza – que ya nadie ocupa – y vestirse para acudir a Comisaría a declarar. Imaginen que se pierde la primera comida con sus hijos tras un mes fuera de casa.
Imaginen que dos meses después le llega una citación de un juzgado de Oviedo para declarar como imputado por un delito de “usurpación” (sí, existe, aunque no crean). E imaginen que, pese a que acude con abogado y explica la paradójica situación, tres meses más tarde se enfrenta a un juicio oral en el que el Ministerio Fiscal le pide una pena de cuatro meses de multa, con sus correspondientes antecedentes penales.
Imaginen que su próximo viaje a China, cuando precisamente iba a llevar a sus hijos a conocer el lejano país, pues ya no tenían colegio, tiene que ser cancelado, porque debe acudir a un juzgado de lo penal de Oviedo a defenderse de un delito absurdo que no está previsto para quien aparca una noche su coche cinco horas mientras llega a su casa tras 24 de viaje.
¿Imaginan todo esto? .
Si no lo hacen, no importa.
No hace falta que imaginen.
Para todo esto nos hemos dotado de leyes. O quizá no, pero esto es lo que ocurre en las calles de esta bendita capital.