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Iván de Santiago González

Lecturas Voluntarias

EXPO MILANO. FEEDING THE PLANET

EXPO MILANO 2015. FEEDING THE PLANET

 

            Como saben, la Exposición Universal que se celebra en Milán se dedica a la gastronomía planetaria. Cuando uno llega a Rho Fiera, el enorme espacio habilitado para su celebración, de más de un millón de metros cuadrados, lo primero que aprecia son aromas. Aromas de los 147 países que pugnan por mostrar al mundo dos encantos paralelos e inevitables entre sí en las actuales circunstancias: su alimentación propia y sus sistemas sostenibles.

            Uno huele allá donde va. Los pabellones iniciales, a salvo del Pabellón Zero, patrocinado por la ONU, son poco espectaculares. Acaso demasiada pantalla y poca especia, que diría un hombre de fogones. Pero avanzar y seguir apreciando aromas es el juego al que nos invitan.

            Se desarrolla sobre un pasillo central a cuyos márgenes uno puede conocer y degustar lo que desea. Pasar de los huertos sostenibles en Marruecos, donde los cítricos y el aceite de oliva pretenden ser competidores de los monstruos en la materia, España e Italia, a los medios en los que Angola ha sido capaz de canalizar un bien escaso, el agua. Esa agua que todos los países africanos tienen por un tesoro mayor que el petróleo que les sobra en el subsuelo.

            Irán y Kuwait muestran cocinas desconocidas y lejanas. Vietman aromatiza su arroz basmati y Bielorrusia o Afganistán intentan dar a conocer sus pequeños avances gastronómicos, que compiten con la conocida y espectacular variedad de vinos chilenos. Hay sitio para todos, hay aromas para todos, hay sabores peculiares…

            Cada pabellón tiene su propio restaurante. Es difícil escoger porque los enamorados de la gastronomía padecemos estar probando una especialidad y perdernos otra. Los tacos mexicanos son uno de los productos estrella. La pasta italiana se muestra en sus más amplias variedades, las tapas españolas son el guion sobre el que nuestro país gira su espacio expositivo. Un espacio donde Aduritz, la Caldereta de EL COMERCIO de este año, impartió un clinic la pasada semana, seguido y celebrado. Nuestros cocineros se veneran como nuestras estrellas del deporte. Allá donde van, triunfan, y no tienen competencia posible. La inequívoca referencia a El Bulli como el mejor restaurante del mundo, durante tantos años, nos otorga una etiqueta que mostrar al mundo.

            Pero la EXPO acaso sea un espacio para lo desconocido. Para aquellos lugares que no hemos visto, aquellas cocinas que tardaremos años en paladear, como la del Sultanato de Omán o los Emiratos Árabes Unidos. Países en guerra perpetua como Ruanda, también nos muestran cómo intentan mantener este planeta y a sus habitantes por el nexo de unión que todos conocemos, la alimentación. Y el país más pobre de Sudamérica, Haiti, hace preciosos juegos con su caña de azúcar, esa magia que los americanos nos regalaron con la llegada de Colón.

            El anfitrión se ha reservado un pasillo completo para mostrar las diferentes cocinas de sus múltiples regiones. Vino, aceite, quesos, prosciutto, y miles de variedades en un país para el que la mesa es un elemento distintivo. Tan especial que el propio pabellón de EEUU, en la proyección que incluye a los visitantes, incluye a los italianos en su llegada a Ellis Island, en barcos que prometían futuro, con sus maletas vacías de dinero y llenas de recuerdos. Donde comenzaron a cocinar spaghetti con pomodoro, pizza y lasagna, hasta convertir a la primera potencia mundial en una sucursal del país del “al dente”.

            Todos los días, a media mañana para nosotros, y a la hora de comer para el resto de Europa, un show cooking que emite en directo la RAI, enseña al mundo variedades de producto y elaboración. Y cada hora, el “árbol de la vida”, una de las joyas de la EXPO, se enciende para la pléyade de visitantes que cada día quieren conocer más de qué se come en el mundo, cómo se hace sostenible la explotación agrícola y ganadera y qué es lo que cada uno puede enseñar.

            Acaso el resumen de todo lo que uno puede ver, de lo que puede degustar, de lo que se ve obligado a perderse (el pabellón de Japón oscila entre los 150 y los 180 minutos de espera) lo hace de maravilla el pabellón de la UE. Una historia de solidaridad entre países – tan necesaria estos días que vivimos la crisis de los refugiados-  que se entreteje con una base común a todos los países comunitarios: el pan. Ese bien tan preciado que todos compartimos. Como compartimos tantas cosas, como exportamos nuestros sabores y nuestros aromas. Como nuestros cocineros enseñan al mundo entero y otros aprenden entusiasmados.

            Visitar EXPO Milano es salir con una amalgama de sabores y aromas distintos. Con ganas de ver más, conocer más, probar más. Con el orgullo de saber que la gastronomía ha sido elevada a espacio esencial de la cultura. Quien no sabe comer, no conoce un vino, no aprecia un queso, se convierte en un analfabeto al modo de quien no sabe encender un ordenador. La tecnología existe y avanza, pero la gastronomía gana espacio.  Al fin y al cabo, una buena mesa, con buen producto y amigos, sigue siendo uno de los placeres esenciales de esta vida tan frenética.

            Cada noche, el Circo du Soleil tiene un espectáculo a modo de cierre de la jornada.

            Pero es un día más. Mañana a las 10 de la mañana, la maquinaria vuelve a funcionar. Es la maravilla de la alimentación del mundo. Hasta el 31 de octubre, somos mejores porque compartimos experiencias culinarias con el resto del planeta.

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Sobre el autor

Abogado y escritor. Grafólogo. Presidente de la Sociedad Asturiana de Grafología. Profesor de la Escuela de Práctica Jurídica y del Máster en Abogacía de la Universidad de Oviedo. Autor de cinco novelas publicadas y ganador de varios premios de relato. Exconcejal del Ayuntamiento de Oviedo en el período 2007-2011.


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