CRIMINALES DE MECHERO

            Hace apenas una semana, con ocasión de la presentación en Ortiguera de la novela “Casual” de Daniel García, el director del Hotel Silken Monumental Naranco, pasé un estupendo fin de semana en el Occidente asturiano. Un fin de semana de diciembre con temperaturas de 18 grados, donde pude volver, como hago siempre que puedo, a esas playas preciosas que compartimos con los gallegos fronterizos y a esos pueblos de la rasa costera con un encanto primigenio y único.

            Apenas un fin de semana después, veía esa misma tierra asturiana arder por los cuatro costados encendida de propósito por las manos de algunos locos armados con un simple mechero, destrozando nuestra patrimonio natural, uno de esos escasos bienes que nos quedan. Veía a los bomberos, ese cuerpo destrozado por la política del gobierno regional, que les obliga a manifestarse todos los jueves en la sede de Presidencia, dejarse la piel un día más para sacar de sus casas a los vecinos de Viavélez ante el avance de las llamas. Les veía trabajar en El Franco a toda velocidad, con los propios vecinos, que apagaban el fuego devorador con todo lo que tenían a mano. Veía a los voluntarios de protección civil, con los que el gobierno regional no se reúne hace tres años, enfundarse sus trajes, dejar en casa a sus familias en Navidad y acudir allí donde eran necesarios. Y, cómo no, esos militares de los que tanto se ríen algunos, a los que vilipendian sin escrúpulo a la menor oportunidad, representados en la unidad militar de emergencias, a la que se llama cuando la cosa se pone realmente fea. Demostrando una vez más que son profesionales y que saben hacer las cosas. Que cuando el que manda es el miedo, ellos tienen la serenidad de le experiencia, y no hay extraños tipos allí que se rían de ellos. Esos están escondidos lejos, porque el miedo siempre fue más fuerte que la responsabilidad.

            Y todo ello causado por algún loco al que no hemos podido poner freno. Por un pirado con un mechero que debe tener un orgasmo mientras ve quemarse el monte y llegar las llamas a nuestro Cantábrico. A uno o varios tipos fuera de sus cabales que son capaces de causarnos daño, dolor y llanto mientras que visionan el resultado de sus desastres.

            El problema es legislativo. Cuando alguien tenga el valor para equiparar la pena de un incendio a un homicidio, las cosas cambiarán. Cuando un pirómano que nos queme el monte, las casas, mate el ganado, arruine cosechas y se lleve tanto consigo, asuma veinte años de prisión, quizá se lo piense antes de seguir arrasando nuestro paraíso natural. Porque si un bosque tarda dos decenios en regenerarse, es equitativo que quien lo mata, lo vea recrecer desde una cárcel, donde tendrá tiempo de pensar que los males que causa tienen una consecuencia funesta.

            Ya sé que algunos me hablarán de la reeducación y la prevención y todo eso que tanto nos gusta decir, pero que con algunos no vale para nada. Porque está demostrado que las campañas son eficaces y numerosas, pero también lo está que hay algunos que no aprenden si no es explicándoles que la pena por quemar el paraíso asturiano conlleva verlo renacer desde la cárcel. Acaso algunos no tomen nota, pero para otros, que sí son cobardes y sí tienen miedo, porque ven el fuego desde cerca, puede ser la única manera de explicarles que hay cosas que en el siglo XXI son tan peligrosas como quitar la vida a otra persona.          

            Porque un mechero es un arma es tan peligrosa como una AK 47. Porque un loco, armado con una caja de cerillas, puede hacernos llorar viendo las noticias. Y si el único modo de pararle es con la represión jurídica, le prefiero a él entre rejas que a los agricultores y ganaderos de Puerto de Vega apagando sus casas y sus cuadras.