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Iván de Santiago González

Lecturas Voluntarias

PLANTEAMIENTO, NUDO Y DESENLACE

PLANTEAMIENTO, NUDO Y DESENLACE

 

            PLANTEAMIENTO.-

 

            Era noche cerrada. De esas noches que solamente el miedo iluminan. Las luces más cercanas estaban demasiado lejos para intuirlas. Hacía frío, mucho frío. El agua helada salpicaba y sus gotas golpeaban los cuerpos y los rostros. La primera parte del viaje, un niño lloraba constantemente. Eso fue antes de la gran ola. Con ella cayeron al mar al menos cuatro ocupantes. Al niño no pudieron rescatarlo. Desde entonces les acompañó el llanto perenne de su madre.

            Él tenía una manta. Era afortunado. Pero a ratos se la prestaba a un anciano, uno de los que habían rescatado de la gran ola, que tiritaba constantemente, y se metía por otras personas, aterido por el viento, amordazado por el miedo, acobardado por el olor de la muerte.

 

            NUDO.-

            Era el gran día. No sabía cuánto llevaban allí. Habían embarcado según se puso el sol y calculaba que de eso hacía no menos de once horas. A lo lejos seguían viendo las luces, y los que iban en la parte delantera decían que estaban cerca. Al subirse, con premura y secreto, había contado cuarenta y dos ocupantes, pero ahora eran menos, sin duda. No sabía cuántos se habían quedado en el mar con el oleaje, cuando casi vuelcan, pero la ambición de verlas le seguía dando fuerzas para no rendirse.

            Había pagado cinco mil euros por aquel pasaje al futuro. Hace seis meses, cuando mandó a su mujer y sus dos niñas, había entregado doce mil. Era todo lo que tenían. De su casa no quedaba nada más que una montaña de escombros tras las bombas, pero habían sacado unos electrodomésticos y habían vendido ropa, lo que les sirvió para malvivir durante el año que había pasado desde que la guerra destruyó la ciudad.

            Había hablado una vez con ellas. Sabía que habían llegado y estaban bien, en el campo de refugiados. No había lujos, le dijeron, pero comían dos veces al día, y al menos podían dormir en un saco y sobre un colchón. Cuando él llegase, se las llevaría lejos, a Europa, lejos del sonido atroz de las bombas y del hambre y el frío. España, Italia o Portugal eran lugares con inmensas playas donde le habían dicho que había trabajo para todos y se comía todos los días. Y donde el verano duraba seis meses.

 

            DESENLACE.-

            Se quedó dormido. Las fuerzas le habían fallado, pero solo necesitaba tiempo. El necesario para que la barca llegase al arco que cubría la policía costera. Ellos les verían,  unas sirenas sonarían y se acercarían a ellos. Les guiarían hasta la costa, les darían mantas y alimentos y de ahí les conducirían al campo, según le habían contado. Allí las vería. Y, en apenas unos días, o unos meses a lo sumo, les dejarían marchar, dirigirse donde tanto habían soñado.

            Sonaron las sirenas. Un policía les gritó a través del megáfono que no se levantasen ni hiciesen movimientos bruscos. Estaban aún a seis millas de la costa y podrían volcar. El inglés que había aprendido leyendo el libro que su amigo Joseph le había dejado antes de partir le servía para entender aquella voz pausada, que repetía, paladeando, las instrucciones de la salvación.

            Se sabía su discurso de memoria. Se lo había repetido miles de veces en la nave industrial en la que dormía hace meses, con la luz de una vela que cargaba junto con su manta, un abrigo, y la comida que podía recaudar cada jornada. Su único patrimonio estaba ahora en aquella mochila. Su libro de inglés se lo había regalado a un muchacho que tenía intención de salir el mes que viene, cuando mejorase el tiempo y su padre pudiera pagar al “embarcador”. Se lo repitió una vez más: I come from Syria. I am a refugee. I have my wife and my daugthers in the camp of Kara Tepe.

            Una hora después, aunque no sabía el tiempo que había transcurrido, llegaron a la costa. Les bajaron amablemente. El anciano al que había prestado su manta hacía mucho tiempo que no se movía. Lo último que vio, cuando les llevaban a una gran tienda de campaña, fue a dos médicos haciéndole masaje cardíaco, mientras negaban con la cabeza.

            Les dieron algo de líquido caliente y ropa seca. Les sentaron en colchonetas. El hombre que les habló por el megáfono discutía con otro a gritos en inglés, pero su precario idioma no le permitía entenderles.

            Tras un rato, con rostro vencido, se dirigió a ellos en su idioma: Lamentablemente, tengo malas noticias. Ustedes son los primeros. Hace veinte minutos que entró en vigor el acuerdo de la Unión Europea.

            No entendió nada. Miró un cartel que había sobre el hombre, que indicaba la fecha y la hora. Eran las 0.19 del 20 de marzo de 2016.

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Sobre el autor

Abogado y escritor. Grafólogo. Presidente de la Sociedad Asturiana de Grafología. Profesor de la Escuela de Práctica Jurídica y del Máster en Abogacía de la Universidad de Oviedo. Autor de cinco novelas publicadas y ganador de varios premios de relato. Exconcejal del Ayuntamiento de Oviedo en el período 2007-2011.


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