Por María de Álvaro:

Hoy he cometido el error de preguntarle a mi madre qué pedía a los Reyes. Me ha dicho que quiere tranquilidad, paz y felicidad. Y yo, ilusa por naturaleza, me he lanzado de tiendas a ver si encontraba algo. La tranquilidad la perdí en la primera. Fue justo después de que una amable dependienta me explicase que le resultaba imposible decirme si lo que yo había visto en el escaparate existía o sólo era de atrezzo. Y así, sin más, tuve que irme, no fuera a ser que a la buena chica le diera un ataque de hernia por mirar y tuviera que terminar regalándole a ella un bragueru.

Después decidí adentrarme en el maravilloso mundo de las librerías en época navideña, el único momento del año en el que los libros se venden por toneladas. Como las colonias. Como si de febrero a noviembre estuviera prohibido leer. Y hubiese que oler mal. Allí buscaba yo algo de paz. Pero, claro, tampoco la encontré.

Lo de la felicidad lo dejé para el final. Que ya se sabe que es lo más difícil. Estaba entonces en una tienda de bolsos, que, de normal, a mí por lo menos, suelen hacerme bastante feliz. Pero tampoco. Así que recordé una frase que leí un día en no sé dónde, esa que dice que la felicidad consiste en tener buena salud y mala memoria. Y alegrándome de no estar entre las víctimas de la última epidemia de mocos, o sea, sana como una manzana, me fui a tomar unas cañas decidida a olvidarme de que me quedan cuatro días y no he comprado un solo regalo.

Es lo que tiene ser una ilusa. Se admiten sugerencias.