Por María de Álvaro:
No conozco a ninguna mujer que haya abortado por capricho, y apostaría a que no existen. Tampoco conozco a ninguna atormentada por un sentimiento de culpa años después de haberlo hecho. Seguro que las hay, no lo dudo. Pero yo no las conozco.
Sí conozco a alguna que otra que optó por interrumpir un embarazo a destiempo y eso, lo siento muchísimo, no las convierte en ningunas asesinas. Porque nadie mata lo que no existe. Porque un conjunto de células con posibilidades de desarrollarse y convertirse en ser humano no son un ser humano. Ya lo siento.
A esas que conozco, mujeres completamente normales, algunas hasta felices, muchas también madres, les obligaron un día a firmar un papel que decía que, de seguir adelante con su embarazo, les acarrearía graves problemas psicológicos. O sea, les obligaron a mentir. Porque su razón no era esa. Su razón era que traer un hijo al mundo es un acto de responsabilidad y ninguna de ellas consideró que en aquel momento de SUS vidas, por los motivos que fuesen, era responsable tener un hijo.
Así que, no, la Ley del Aborto no me parece la mejor de las posibles, porque es una norma hipócrita que no causa ningún problema –salvo el de mentir, claro está– a quien puede costearse una clínica privada, pero sí a todas las demás.
Lo que me resulta curioso de verdad es que ahora, 25 años después de su aprobación, haya quien parece haberla descubierto, como si la hubiese redactado Bernat Soria anteayer.
No sé, hay días que tengo la sensación de viajar en el tiempo. Y para atrás.