A Marta Ortega le tocaron ayer 120 euros en el Hípico, que es lo mismo que si me tocan a mí, un suponer, un par de céntimos jugando a las canicas. La vida es injusta. Muy injusta. Yo la última vez que estuve en el Hípico marché dos horas y menos cincuenta euros después sin más gemelas que los mellizos de una amiga, que, por cierto, me dieron la tarde. Y este año no vuelvo, no porque haya aprendido la lección, que casi nunca lo hago, sino porque no puedo. Porque me toca currar. Marta Ortega y yo no tenemos prácticamente nada en común. Algún que otro trapo de los de su padre, únicamente. Solo que esos ella los usa para limpiar el polvo. En fin… Menos mal que todas somos Inditex y ninguna la hija de Amancio. Es un consuelo cutre, pero es un consuelo.