He tratado de convencer a mis vecinos para construir un refugio nuclear en las carboneras de casa, pero no me han hecho caso. Nadie se cree que Gijón vaya a amanecer el domingo convertido en Bagdad en hora punta. Y no hablo precisamente de tráfico. El Ejército del Aire amenaza con sobrevolarnos y hasta en El Muelle van a colocar simuladores. A mí, así de primeras, me dan ganas de apuntarme otra vez a ‘Top Gun’, pero una puede ser de todo, de todo menos pesada, como bien dijo Terenci. Así que con las mismas ganas de ser Maverick de siempre y con idénticas probabilidades de no conseguirlo, me apunto a una leyenda viva, que ya se sabe que las leyendas no se mueren aunque estén muertas. Esto es una joya, un regalo, la prueba de que, a veces, se puede volar sin despegar. De que se puede tocar el cielo con los pies pisando tierra. Señores y señoras, lo dicho, Camarón de la Isla.