El tiempo pasa a veces demasiado rápido. Sucede, por norma, cuando nos gustaría que se detuviese. Pasa otras muy despacio y suele ser, claro, cuando más nos urge que corra. Y en ninguno de los dos casos hay mayor problema. Más que nada porque estamos acostumbrados. Lo malo es que existe una tercera opción. Y esa es la verdaderamente puñetera. Porque hay veces que el tiempo no importa. Hay veces, pocas pero existen, en las que da igual cómo pase, porque sencillamente no lo hace. Aunque haya pasado un año completo, con sus días y con sus noches. Un año entero en el que te hemos visto en cada Harley y en cada ‘descaputable’. Un año en el que te hemos olido en cada gasolinera y en cada esquina del prao, en el que te hemos oído en cada canción de Elvis y del Dúo Dinámico, en el que nos hemos comido contigo cada ensaladilla. Un año en el que más de una vez hasta he creído cruzarme contigo por la calle:
-¿Qué pasa macarra?
-¿Qué pasa hortera?
-¿Curras hoy?
-Pues si.
-Pues yo también.
-Bah.
-Puff.
Y ya está. Y no te dije que te quería. Seguramente porque eso no se dice, porque nosotros no somos de esas cosas, porque ‘pijaes’, las justas. Seguramente también porque ni siquiera me paré a pensarlo, pero como tampoco me paro a pensar en respirar, y respiro. Y estoy segura de que tú también lo haces. Donde sea y como sea. Siempre te gustó ser el primero en marchar, cabronazo. Pero no te vas a librar de nosotros nunca. Que lo sepas.