Yo fui una vez a la inauguración de un semáforo. Y que fuera yo pues mayormente no importa. Lo grave es que fueron un par de concejales, no sé cuantos periodistas más -por obligación, conste- y un nutrido grupo de dirigentes vecinales -que es una expresión que a mí personalmente me da mucho miedo, pero como es personal pues tampoco importa-. Al lío, que fui a la inauguración de un semáforo, en el barrio de La Arena para más señas, y me acuerdo de aquello cada vez que veo a una caterva de políticos -con perdón por lo de caterva, es para no repetir lo de nutrido grupo, que queda muy hortera- inaugurando obras que podrían calificarse de hologramas. Y no hablo sólo de primeras piedras, actos en los que, dicho sea de paso, jamás vi una piedra.
Suelto todo este rollo porque, ayer, un presidente, una consejera, una alcaldesa y no sé cuantos directores de cosas varias inauguraron un globo. Resulta que anoche se levantaba la cubierta del centro Niemeyer de Avilés y yo, ilusa e ilusionada, cogí esta mañana mi periódico para ver cómo había quedado la cosa. Pero la cosa es que lo que han levando es una carpa, también llamada membrana de poliuretano, que suena más profesional. Y, luego, lo demás pues, mira, chico, ya se verá. Y, además, es lo de menos. La historia no tendría ninguna historia si no fuera porque yo veo a nuestros políticos con su casco delante del globo y me da una angustia metafórica que me pongo mala. Porque yo es que veo ese globo vacío por dentro y veo a mi Asturias patria querida, Asturias de mis amores. Y recuerdo que, tal y como he comprobado empíricamente desde la más tierna infancia, los globos pinchan. Y ellos llevan casco, pero los demás no. Y no sé si me explico. Será la angustia. Qué se yo.
Ah, y que todo ocurriese en el ‘Día de la Marmota’ me tiene aún más afectada. Si tuviera psicoanalista iría corriendo a contárselo.