Personalmente me importa tanto con quien cace el ministro de Justicia como con quien duerma. O sea, más bien nada. Me preocupa más que el ministro de Justicia no cumpla con la justicia. Vamos, que lo mismo que Farruquito no puede conducir sin carné, ni usted ni yo salir a dar un paseo sin el DNI, no vaya a ser que nos identifiquen, el ministro de Justicia no puede cazar sin licencia, al más puro estilo cuchipanda en blanco y negro de los amigos del Palacio del Pardo. Tampoco puede el ministro de Justicia culpar a jueces y otros funcionarios de todos los males de la Justicia en España. Por más que la culpa tampoco sea toda suya. Ni puede tomarse a coña una amenaza de huelga. Ni maquillar las cifras cuando la amenaza se torna en huelga a secas.
Claro que todo eso ya no importa, porque lo verdaderamente imperdonable de Mariano Bermejo es que haya dimitido hoy, precisamente hoy. Porque hoy era el día de la niña de Alcobendas. Y hoy en este país no se tenía que hablar de otra cosa que de su modelazo vintage de Balmain, su moño y su discurso tierno, ese que tiene revolucionado a todo su pueblo y a su alcalde, que ya tiene la boca llena de homenajes, calles y plazas para la que, además, va a ser su hija predilecta en cuanto tenga un minuto libre en la agenda. En cuanto lo tenga ella, claro.
El caso es que hoy, 22 de febrero de 2009 y con permiso de la diferencia horaria, será para siempre el día en que Penelope Cruz ganó y se ganó el primer Oscar que gana y se gana una actriz española, lo que para nosotros viene a ser como que Rafa Nadal nos traiga la copa mordida de Wimbledon o la Roja, el copón del Campeonato de Europa. O sea, un subidón. Y va Bermejo y dimite. Y ahora todos tenemos que hablar de Bermejo, cuando lo que queremos es hablar de Pé. Aunque la peli de Woody Allen (Woody para los amigos y niñas de Alcobendas con Oscar) nos haya gustado poco o nada. Como si importase eso ahora.