Han pasado dos días y no me la quito de la cabeza. Tendría la mujer unos 70 largos, tal vez ya los 80 cortos, y una sonrisa dulce de abuela de las que tejen bufandas en invierno. “Poneivos aquí, niñinos, que aquí hay sitio”. Y empezó el partido. Y empezó el calvario. Y cuando en el minuto 23 aquel gigante de Ersen Martin metió el primer gol de la tarde, aquella mujer se quedó tan muda como los otros 23.999, pero tomo aire y con su cara de abuela de las tejen bufandas en invierno me confesó muy bajito, como para que no le oyera nadie, como haciéndome su cómplice, que se moría por dentro. “Yo tomé un tranquilizante antes de salir, pero, niñina, no me está sirviendo de nada”. “No me extraña, señora. Uf… no me extraña”. Así llegamos al descanso las dos. Así llegamos al descanso todos. Y así pasamos la segunda parte entera. Sufriendo. Padeciendo. Rezando. Blasfemando. Y no necesariamente por este orden. Pero se la dieron a Barral y metió gol. No salté de alegría, lo confieso. Fue de nervios. Y luego se nos apareció Luis Morán. Ahí la Tribunona casi se viene abajo. Y después la cuenta atrás más interminable que se recuerde. Sonó entonces el pitido del árbitro. Lo hizo con más armonía que si todos los ángeles del cielo hubiesen hecho sonar sus trompetas, en el supuesto caso de que en el cielo haya ángeles y en el supuesto caso de que, aún habiéndolos, tengan trompeta. La mujer de la sonrisa dulce me abrazó. Y yo la abracé a ella. Desde las 20.48 horas del domingo vivo en una especie de nube, como los ángeles con trompeta.
PD. Sólo una sugerencia, ya que estamos de reforma en El Molinón ruego instalen desfibriladores junto a los baños. Eso o que acabemos con la tradición del ‘hastaelultimominutismo’, que tiene su encanto, que no digo que no, pero no sé hasta cuándo podremos aguantarlo. En fin, que este año seguimos en Primera y pobre del que quiera…
Próximo capítulo: la celebración.