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Hay toreros y luego, José Tomás

Hay héroes y luego está Indiana Jones; hay guapos y luego está Jude Law; hay madres y luego está la de uno… Hay toreros y luego, José Tomás. Porque ver torear a José Tomás, verlo pararse, se parece mucho a plantarse delante de ‘Las Meninas’ con los ojos muy abiertos, a leer una y otra vez la primera página de la ‘Lolita’ de Nabokov, a saborear a Marlon Brando en la ‘boda de su hija’. Porque José Tomás es la diferencia entre lidiar un toro o marearlo, matarlo o asesinarlo. José Tomás es arte.
Seguramente no vivió ayer el maestro su mejor tarde. Seguramente no, seguro. Seguramente la segunda oreja de su primer toro fue hasta un poco generosa, pero eso no importa. El de Galapagar supo sacar petróleo de un toro normalito y de otro a medias. Supo, y esto sí tiene mérito, hacer callar al respetable, por momentos más parecido al de una final de la Champions con el Sporting perdiendo si es que eso pudiera ocurrir siquiera en un sueño.
Tomás hizo callar con sus pases al enfurecido tendido 10, que con el segundo toro en los medios seguía sin terminar de sentarse. Tomás hizo callar a una plaza llena de toristas y de toreristas; de señoras de sombra y paisanos de sol; de camisas Façonable recién planchadas y camisetas de tirante o, directamente, inexistentes; de gintonics como Dios manda y botas de vino. O sea, llena de todo y de ‘de todo’. Llena hasta el mismo reventar, tanto que hasta el tejado de los toriles colgó el ‘no hay billetes’.
Allí estaba Santa, con sus ochenta cumplidos y haciendo honor a su nombre, con más moral que el Alcoyano, unos buenos saltos de asiento en asiento y un ramo de claveles «reservado ya desde por la mañana para José Tomás en la floristería de debajo de mi casa».
-¿Y a los demás no piensa tirarles nada?
-No me trates de usted, guapina, que tengo canas pero soy muy joven.
-Eso ni me lo jures. Y entonces, qué, ¿Finito y César Jiménez qué?
-Mira yo para Finito traigo todos los años porque la mujer ye de Cangas, pero, chica, todos los años vuelvo con ellos para casa.
La historia, como casi siempre, volvió a repetirse ayer. Pero la historia, como pasa a veces, se reservaba una sorpresa. La dio el más joven de la terna con un toro que ya compite por hacerse con el trofeo al mejor de la feria. La dio César Jiménez emocionando a un público que, para que nos vamos a engañar, había ido a ver a Tomás como va el padre de la novia a una boda: por su hija y punto.
Cuando parecía que todo el pescado estaba vendido; cuando Gijón ya saboreaba el regusto que dar ver al de Galapagar pegar un pase y otro pase y otro pase, cada uno diferente del anterior, cada uno más pausado, como si aquello fuera un gatito y no un morlaco de 500 kilos; cuando ya habían sonado los ‘Suspiros de España’; cuando toda la plaza había exclamado ese ‘uy’ de terror que provoca el pecho de un torero pegado a la cabeza del toro, cogió César Jiménez el último de la tarde y lo bordó.
Dijo una vez el abuelo de José Tomás: «Que Dios me perdone, pero ha superado a Manolete». El tiempo se encargará de darle o quitarle la razón, lo que está claro es que su nieto abrió ayer la puerta grande de El Bibio porque tenía que hacerlo y lo hizo acompañado de un chaval que tiene todavía bastante más que demostrar que él, pero que se subió a unos hombros codo a codo con el maestro y no se lo regaló nadie.
Naturalmente, Santa le tiró su clavel.

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por María de Álvaro

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