Tendría seis o siete años y era la primera vez que mi madre me dejaba vestirme como realmente quería. El resultado: falda a la altura del cinturón, chupa de cuero, calentadores rosas, pelo naranja y rimmel, mucho rimmel. Por suerte para mí y ahora creo que especialmente para mi madre, era Carnaval. Y, yo, claro, iba de Alaska. Salí a la calle y casi sin dejar el portal de aquella guisa, otros niños, que tendrían 13 o 14, pero a mí me parecían mayorísimos, me gritaron : “¡¡¡¡Ostras, que tía!!!!”. Naturalmente, me estaban tomando el pelo, pero, naturalmente yo no me enteré y, naturalmente, me sentí igual de mayorísima que ellos, cuando sentirte mayorísima era lo más. No como ahora.

Le debo a Alaska esa sensación y también le debo muchísimas otras. Porque la Olvido sí que es lo más. Han pasado años, décadas, a veces me parece que siglos, y ella no es que siga siendo la misma, no, es mucho mejor, porque se sigue reinventando y reinventando y llega un viernes que hace frío y va y te suelta esto…