Tenemos que dar gracias a nuestros políticos por ocuparse de nuestra salud mucho más que nosotros mismos, empeñados única y exclusivamente en maltratarnos el cuerpo. Ahora que al fin se ha acabado la Navidad y todos llevamos el turrón sobre nuestras espaldas (algunos sobre la barriga, otras sobre las caderas) llega el momento de hacer examen de conciencia. Llega el momento de parar y de aplicar las rebajas a la visa y a la nevera. Y tenemos que dar gracias a nuestros políticos porque gracias a ellos y solo a ellos ya sabemos lo malísimo que es engullir hamburguesas XXL. Casi tanto o peor que fumar, pero eso ya no es problema porque en dos días va a estar igual de prohibido que el whisky en Chicago en 1923.
El caso es que el capítulo de agradecimientos es grande y ahora tenemos que incluir en él que nos prevengan de las cremas anticelulíticas. Dice la nueva Ley General de la Comunicación Audiovisual, que se está discutiendo en el Congreso, que incitan a la (abro comillas) “marginación social por la condición física” y relacionan el éxito con (vuelvo a abrir comillas) “factores de peso o estética”. Conclusión, los anuncios de cremas anticelulíticas quedan prohibidos en horario infantil. Y no es mala idea. Bastante tienen los niños con la decepción de saber que hay tras los Reyes Magos como para hacerles creer, además, en las cremas anticelutíticas.
Otra cosa ya es que sea más sano para las mentes de nuestros presuntamente inocentes niños ver un anuncio de Elancil-especial-vientre-plano (perdón si cito marcas) o un capitulo de dibujos animados en el que una criatura de diez años y nombre Ben Ten se convierte en monstruo con poderes sobrenaturales para darles hasta en el carné de identidad a otros seres tan proclives al diálogo como él mismo. A lo mejor es menos malo no ya el anuncio sino hasta darle al niño un bocata de anticelulítica para merendar. No sé. A lo mejor. Yo no digo nada que como no soy política de salud pública no tengo ni idea.