Dice el alcalde de Vic que él no empadrona a sin papeles y yo así, según le oigo, me entero de que uno puede estar empadronado en un ayuntamiento español y no existir para el gobierno español, lo cual, al margen de derechos y deberes, me suena, de momento, extraño. Después pienso que yo, un suponer, me quiero ir a vivir a Nueva York, una ciudad que me gusta por que sí y porque encima es la que más se parece a mi Gijón natal del mundo entero, y van los americanos y no me dejan. Y acto seguido cuando ya le estoy dando la razón al alcalde de Vic (al que por cierto se la ha quitado la justicia) abro El Comercio de hoy por la página 23 y me encuentro con Sumaila Yakubu comiéndose unas lentejas en un comedor social de Torrejón. Y no soy capaz de aguantarle dos segundos la mirada sin que se me caiga la cara de vergüenza por lo que acabo de pensar. Sumaila, dice el pie de foto, es un tipo de Ghana que no tiene papeles. Ni del padrón ni de nada. Y yo le miro a la cara y no me atrevo a decirle que se vuelva por donde ha venido. Llámenme lo que quieran, cursi, demagoga o directamente gilipollas, pero yo no me atrevo. Entre otras cosas porque la diferencia entre la vida de Sumaila y la mía es una simple cuestión de suerte. El dirá que de mala suerte. Y tendrá razón.