La primera vez que supe de Laura Palmer fue en el patio del colegio. Mi amiga Virginia me la ‘presentó’ porque a ella no la mandaba su madre para la cama con 15 años. (A mí sí. De hecho la última vez que dormí en su casa volvió a hacerlo. Y fue la pasada Navidad, con los 35 cumplidos. En fin…) Decía que supe de Laura Palmer en el recreo. Cada semana Virginia me contaba lo que había sucedido la noche anterior, cuando en la tele pasaban cosas, antes de Belén Esteban, Jorge Javier y los familiares directos e indirectos de la Pantoja. Conocí al agente Cooper, y a Donna, y hasta a Bob, sin verles las caras, y se me grabó en la cabeza la música de Badalamenti, supongo que de pillarla en algún anuncio.
Pasaron los años, se acabó el recreo, Virginia siguió siendo mi amiga, mi madre mandándome para la cama (si no le diera pereza, estoy segura que cada noche se pasaría por mi casa) y a mí se me olvidó aquella serie que, como un serial, me contaba Virgi, creo que los jueves. Y entonces un amigo me regaló Twin Peaks en DVD. Curiosamente, ese amigo ya no es mi amigo, pero esa es otra historia. Y no la vi. La devoré. La serie completa, en menos una semana. Treinta capítulos del tirón. Parando para ir a currar y dormir (poco). Cuando terminó, me pasé tres días llorando por mi agente Cooper y al cuarto decidí jurarle amor eterno a David Lynch, porque Twin Peaks es mucho más que la historia de quién mató a Laura Palmer. Twin Peaks ES historia, historia de la tele cuando era la tele. Y un viaje a las tripas de otros. Y, por eso, a las de uno mismo.
PD: Hoy se cumplen 20 años de la emisión del primer capítulo. Voy a llamar a Virginia. No se lo va creer… 20 años… 20
PD2. No, no voy a decir quién mató a Laura Palmer. Eso es como escribir a la puerta de una guardería: “Los Reyes son los padres”.