“Los débiles no son inofensivos. Su debilidad puede ser su fuerza”. Me lo estaba contando Philip Roth; o, más concretamente, se lo estaba contando la madre judía al estudiante judío de ‘Indignación’ en su carnicería kosher poco antes de que se fuera a la guerra de Corea. A mí Philip Roth me lo contaba en la playa cuando, cosas de la casualidad, me entero, tarde y a destiempo, como suele ocurrir cuando una se va a la playa tarde y a destiempo, de que Trinidad Jiménez ha perdido las primarias en Madrid. O, mejor dicho, Tomás Gómez las ha ganado. Pasa con Trinidad Jiménez y con Tomás Gómez lo que pasa siempre que compiten fuertes y débiles y se deja votar para dilucidar quien gana. Trinidad, la de la chupa, la ministra que salió sin estornudar de la gripe esa que iba a acabar con todos, la chica del aparato, la favorita del jefe… Trinidad no ganó por enfrentarse a un tal Tomás que quería ganar y no le dejaban. Una vez más, y van muchas, no seré yo quien diga que demasiadas, víctimas:1-verdugos:0