El silencio siempre suele tener varias razones, pero la principal es que uno (una) no tiene nada que contar. O no quiere hacerlo. O no puede. Servidora lleva en silencio unas semanas y vuelve por imperiosa necesidad rojiblanca. Porque después de ver el partido de hoy, ese partido estupendo y hasta heróico en el que los atletas del once local, que diría el gran Carantoña, jugaron tan tan bien y tuvieron tanta tanta mala suerte, según opinan quienes saben de esto y entre los que no me incluyo, naturalmente, algo hay que decir. O que hacer. A lo mejor hay que cambiar la defensa, la delantera, el mediocampo y si me apuras hasta la portería, palos y red incluidos, pero hasta yo sé que por más que esté abierto el mercado de invierno no nos da ni para una pierna de un tipo asequible. En el caso de un Cristiano Ronaldo, un suponer, ni para el lóbulo de una oreja. Así que si hay que afrontar la sinfonía con una orquesta de prao, porque no hay otra, a lo mejor teníamos que ir mirando otra batuta.
Conste que lo digo con todo el dolor del corazón, porque Gijón a Preciado, don Manuel, le debe eso que no vale para nada pero que si no se tiene, no se es nada. Le debemos el entusiasmo. Él nos hizo creer que diez años eran suficientes. Con él lloramos en el Molinón el día que subimos a Primera. Con él sufrimos en partidos infames levantados con un par. Y con él, al paso que vamos, volveremos al lugar en el que estábamos. Porque el entusiasmo es imprescindible, pero también insuficiente. Tengo un colega que lleva meses pidiendo un busto en la calle Corrida y el finiquito para Preciado, por este orden. Igual es momento de ir haciéndole caso. Y me fastidia más darle la razón que dejarme un bigote.