Hay señoras ricas (y señores, claro, pero estoy hablando de ellas) que van a Arco porque ponen manolosvaldés en el salón como manolos a secas en los pies. Manolo Valdés gusta mucho a las señoras ricas, y yo, que nada me gustaría más que ser una señora rica (o casi) no soporto a Manolo Valdés. Me aburre, lo cual no deja de ser una gran ventaja teniendo en cuenta que así no vuelva a gastar un solo euro de aquí al fin de mis días en algo que no sea una ‘menina’ de Manolo Valdés, no tendría dinero para pagarla. Reconozco, eso sí, que sus bustos de mujeres de grandes melenas visten mucho un salón, pero yo antes pondría una ‘incubadora para almas prematuras’, la macabrada de este año de la feria, una incubadora real llena de eso, de almas prematuras, que vienen a ser vísceras de plástico para el artista. Por cierto, no recuerdo el nombre.
Pero entre la decoración de alto lujo y lo que se vienen llamando ‘pijadas’, un paseo por Arco da para mucho más, sobre todo sin la moqueta-destroza-pies, sabiamente retirada. Da, por ejemplo, para entrar en los paisajes que fotografía Marina Abramovich, los puentes enormes de José Manuel Ballester, los instantes paralizados de Mayumi Terada o el preciosísimo árbol con copa de nube de Chema Madoz. Da para ver como Carlos Garaicoa reconstruye con finísimos hilos edificios en ruinas con una mezcla de poesía y metáfora de que todo (y todos) tiene un pasado e incluso hasta tiene arreglo. Vale también para meterse bajo el paraguas (literal) de Bernhard Leitner y dejar que te envuelva, para contemplar el mundo en cajitas de vida, las que fabrica una tal Marina Alexeeva con hologramas. Vale para estremecerse con la intensidad de Wolfgang Tillmans y sus potentes chorros de tinta o con el retrato en movimiento que Bill Viola hace de un padre y un hija, unos pocos minutos de miradas que taladran e inquietan a partes iguales. Vale también para ver a Bernardí Roig colgándose a sí mismo por todas partes, para meterse en el mundo de Chechu Álava y sus niñas difuminadas, esto en Espacio Líquido, una de las nuestras, o para darse cuenta de que los ovnis no sólo existen si no que son muy necesarios gracias a la paleta surrealista de Alfonso, rescatado del olvido en ATM, también de ‘casa’.
Y a mí, además, me ha valido para hacerme dos preguntas yo diría que razonables, pero claro, lo digo yo.
¿Por qué la imagen de una mujer guapa desnuda es erótica e incluso pornográfica según como la pongas y hay artistas que piensan que si la mujer es vieja, fea y/o gorda es arte?
¿Por qué una imagen definida y con sonido nítido que se repite como un bucle es una peli de, pongamos, Julia Roberts, y hay artistas que piensan que si la imagen está distorsionada y el sonido sucio es arte?
Ahí lo dejo. Yo no tengo la respuesta.