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Taxistas de La Habana

Coger un taxi en La Habana viene a ser como asistir a una conferencia o abrir un libro. Los taxistas de La Habana -economistas, ingenieros, músicos, poetas, pasteleros y hasta ancianos que deberían haberse jubilado hace décadas- tienen una explicación para cada cosa, porque “todo está ahí, lo que pasa es que hay que pararse a verlo, mi amor”. Aldo me llevó ayer en su cocotaxi -un vespino con techo pintado de amarillo que sale en las postales y que de ‘su’ tiene poco- y se presentó así con su enorme sonrisa: “Yo nací en La Habana, vivo en La Habana, y todo parece indicar que moriré en La Habana”. Puede parecer una chorrada, pero la frase de Aldo define a todo un pueblo, porque esta frase muestra esa especie de conformidad, que no tiene por qué ser conformista, que hace que un cubano sea capaz de ser feliz con lo que le toca, “feliz en Cuba a pesar de Cuba”. Eso dicen y eso demuestran en cada esquina, con su risa y con su música, que sale de las guitarras, de las maracas y de las percusiones y que también sale de sus bocas cada vez que las abren.

A la revolución se le pueden criticar muchas cosas, y a la dictadura muchas más, pero el pueblo cubano es un pueblo culto. Eso es cierto. Antes de Aldo, me cogió Carlos, que me preguntó si me había leído la novela de ‘Cecilia Valdés’. Como le dije que no, me pregunto “¿y tú quieres que te la cuente”. Hombre, claro. Y me cruzó los siete kilómetros de malecón hablándome de los amores de la esclava y su dueño, de aquella mulata que es historia de la literatura cubana.

De política también hablamos, porque los viejos aún no se atreven, pero los jóvenes sí. Claro que esa es otra historia y la dejo para el próximo post.

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por María de Álvaro

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febrero 2011
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