Graba tu nombre en un árbol
que se extienda hasta el nadir.
El árbol es mejor que el mármol,
pues en él los nombres crecen
(Jean Cocteau)
Leía esto tumbada en una playa de Varadero (ya lo siento, alguna vez me tenía que tocar) y hoy, a miles de kilómetros de distancia y con bastante más frío y menos paz, lo recuerdo mientras me acuerdo de Cuba e imagino a los cubanos escribiendo el nombre de su país en un árbol. Los veo ya dándole la forma al rabo de la ‘a’. Acabando. Haciéndose los dueños de una tierra que es suya y viéndola crecer, como los nombres en los árboles. Recuerdo a David diciéndome en Cienfuegos que los cubanos son lo que queda en medio entre los dos extremos de una cuerda que agarra de un lado la dictadura y, desde otro, la disidencia de Miami, para ver quien puede más y sin importarles a ninguno lo más mínimo qué les sucede o les deja de suceder. Recuerdo eso y recuerdo muy bien su cara. Construir teorías es muy fácil, vivirlas ya no tanto. Salí de Cuba, como la canción, pero volveré pronto, y espero encontrarme un país mejor. Mejores gentes no. Eso sería imposible.