No sé si era Confucio, Woody Allen o un parroquiano del bar en el que desayuno el que decía que “la vida es una constante decepción”. Yo, como casi todos, de decepciones sé un rato. Una de las más gordas me la lleve el día que llegué a Las Vegas (y mira que me llevé yo decepciones durante y sobre todo después de ir a Las Vegas). El caso es que el cartel de ‘Welcome to fabulous Las Vegas’, ese que sale en todas las pelis y en alguna novela de Breat Easton Ellis, ese que todos creemos enorme, luminoso y, sobre todo, fabulous, es una mierdecilla del tamaño del felpudo de mi casa, más o menos. Viene esto al caso de que no conviene crear falsas expectativas al turista, porque luego recuerda tu pueblo, villa, ciudad o decorado, esto último en el caso ya más concreto de Las Vegas, como aquel lugar en el que sufrió una decepción. Lo digo, aunque ya sea demasiado tarde, por esas letras -bautizadas como litronas o letrinas (¿o era letronas?)- que nuestra ilustre corporación acaba de colocar en el Muelle, más conocido por nuestra ilustre corporación como Puerto Deportivo. Lo digo porque como algún turista venga esperando algo y se encuentre con eso igual no vuelve. Eso sí, se le quedará grabado en la mente, a nada que se deje llevar, que la ‘o’ de Gijón tiene forma de corazón, que de eso sí se encarga nuestra ilustre corporación, de meternos el ‘city-logo’ hasta en la sopa. Tapan la vista, son feas y, encima, pocas. Si por lo menos viviésemos en ‘Constantinopla’… Lo de que las inauguren como si fuera un polideportivo ya es otro asunto, pero es un asunto que no me interesa y, sobre todo, no me espanta. Yo fui a la inauguración de un semáforo. A la del pasillo del Hospital Central no, que no me invitaron.
PD. Y mientras, tanto, Rie Chiba sigue hablando de lo verdaderamente importante. No os la perdáis.