Siglos de lucha feminista no han podido conmigo. Yo quiero ser jequesa. Porque yo veo ese turbante y me vuelvo loca, pero es que, además, todo son ventajas. Quiero llevar esos vestidazos hasta los pies, que, bien mirado, son un chollo que evita cremas, ceras y fotodepilaciones varias. Quiero taparme el pelo para pasar de las mechas. Quiero tener esa cara de cera para que nadie me pregunte nada y, sobre todo, para no tener que contestar. Sonrío y listo. Y, sobre todo, quiero compartir a mi marido con otras dos. Ya dijo algún pensador clásico aquello de que “carga compartida es menos carga”. Si ser Mozah Bint Nasser implicase estar todo el día del brazo de Hamad Bin Jalifa, igual me lo pensaba. Pero en esas condiciones, firmo lo que haga falta.
Quiero ser jequesa por todo esto y mucho más. Y, desde luego, porque puestos a cambiar radicalmente de vida resulta mucho más recomendable que, un suponer, querer hacerme lesbiana en Asturias y querer tener un hijo. Aquí el Principado no paga tratamientos a quienes no certifiquen problemas de fertilidad. Y como ser lesbiana no es en sí mismo un problema de fertilidad, pues la solución que ofrece la sanidad pública es bien fácil. En fin, que prefiero ser jequesa.