No son los más altos, ni tienen estrellas yugoslavas en la defensa, ni aspiran a casarse con una infanta, si se me permite el chiste malo, pero son los mejores. Los mejores cuando son los mejores quienes no se lo proponen, quienes lo que hacen es lo que saben hacer y lo hacen todo lo mejor que pueden. Los mejores cuando son los mejores quienes juegan en un equipo, de lo que sea, incluido si el equipo no es ni siquiera deportivo, y juegan para el equipo y no para sí mismos. Son valientes, son fuertes, pero, sobre todo, son tenaces y saben que las cosas sólo se consiguen de una manera: luchando. He visto a los jugadores chuparse horas eternas de autobús comiéndose un bocadillo y escotando para pagar la peli, a aficionados metidos a directivos de ocasión carretando cajas de manzanas para un viaje, a tesoreros haciendo y pegando carteles, he visto al presidente yendo a por hielos a una gasolinera para paliar esguinces y le he visto pidiendo dinero de puerta en puerta, él, que no pedir, no pedía ni la paga cuando era pequeño. He visto a madres pagando abonos y entradas para ver a sus hijos en la cancha, a novias llevando las toallas, a señores con bombo y montera picona dispuestos a quedarse sin garganta, a señoras con palmas de madera para hacer todo el ruido posible sabiéndose en minoría. He visto al Medicentro Gijón Jovellanos de Balonmano subir a División de Honor en Girona. Y aunque no hubieran logrado el ascenso, hubiese merecido la pena.