Las elecciones son como las llaves. Suelen perderse más que ganarse, sobre todo desde que no hay ‘Un, dos, tres’ y nadie se lleva apartamentos en Playahonda-Alicante. En España las perdió el PSOE, que se queda con el Ayuntamiento de Cuenca, y esto no es un chiste, es literal, es la única capital donde han desalojado al ‘enemigo’. En el Planeta Asturias, también. Pero aquí, como somos muy grandes, no hay un perdedor: hay dos. El primero por torear el vitorino con más cuernos de la historia, también llamado cruda realidad, o más popularmente crisis, con toreo de salón, sin salir a los medios, sin bregarse. El segundo, el PP, por ni siquiera bajar a la arena. Por quedarse en la barrera con la peineta puesta esperando que el vitorino se llevase por delante al tipo que estaba vestido de luces. O no, pero, por si acaso, sin quitarse la peineta, sin despeinarse. Lo que no calculó Gabino de Lorenzo ni ninguno de sus compañeros de asiento fue que había un espontáneo dispuesto a saltar a la arena y un montón de gente -también llamados votantes, aunque sólo sea cada cuatro años- hartos de ver los toros desde la barrera. El espontáneo no es precisamente un chaval en busca de gloria. El espontáneo puede salirnos como Curro Romero, que tuvo sus tardes y no las tuvo y hasta alguna tarde le llovieron almohadillas. Pero al espontáneo le queda una cosa que no les queda a los demás: el beneficio de la duda. Eso y 16 diputados en la Junta General del Principado, claro.