Dimitir porque te pillaron con el carrito del helao (o el perchero más concretamente) parece que es cosa de héroes. Como cambiarse de ropa en las cabinas y llevar los calzoncillos por encima de los pantalones, o más. Ahora resulta que en las filas populares Camps es ese tipo honrado que puso a su honra y a Mariano Rajoy y a la mismísima España por encima de su cadáver y se inmoló a mayor gloria de la democracia. Vale. Vale lo mismo que ir ahora de purista y decir que Amy Winehouse ni era artista ni era nada, porque sólo era una yonkie con buena voz. No es que crea yo en la politoxicomanía como virtud, pero pediría a quienes devoran con sus críticas a la chica del tupé, que esperen a que enfríe un poco el cadáver. Porque, me van a perdonar, la Winehouse no era Janis Joplin, pero tampoco una Britney Spears pasada de eyeliner. Todavía hay clases. Y, las haya o las deje de haber, primero se entierra al muerto y, luego, se le critica. Pasa como con Camps, pero justo al revés. Lo que son las coincidencias, tú