Lo reconozco, me emocionan las concentraciones de gente. Sobre todo si yo no formo parte de ellas y las veo con cierta distancia. Cosas de la claustrofobia, supongo. Me emociona una manifa y un desfile del orgullo gay y también una JMJ, más que nada porque me emociona que más de tres personas sean capaces de ponerse de acuerdo para hacer cualquier cosa. Lo que sea. No digo que esté bien, ni que esté mal, sólo digo que me emociona. Y en esas estaba yo este mediodía mientras veía el telediario de La Primera y me comía unas patatas con bonito bordadas por mi señora madre, cuando, tras las oleadas del JMJ, llegaron las imágenes de Somalia. Llámenme demagoga, pero se me atragantó el guiso pensando la de cosas que se podrían hacer con los millones de euros que dicen que se van a gastar los peregrinos en Madrid. Claro que yo me terminé mi plato y luego, antes de volver a currar, hasta pasé por la peluquería. Este mundo es una mierda. Y la culpa es nuestra.