Me doy un paseo con Miguel Rojo. El Paseo, para ser exactos. Recorro el camino atenta a la promesa inicial. A su “empaparé tu corazón con mi palabra, brevemente, como hace la lluvia con la tierra”. Rendida de antemano. Dispuesta a dejarme. Paseo por el Muro y por la vida, por sus soledades, por las mías, por las de ese africano que vende CD, “un árbol que la marea ha arrojado en medio de una playa extranjera”, por las de ese Ángel González que trasiega whisky entre aduladores y deja un “azul de palabras que llevarse a la boca”, por las de esa anciana anónima por la que el poeta está dispuesto a pegar “los cristales del espejo donde no hace tanto” se veía guapa, por las de ese cisne que sobrevive “a tanta belleza”… Y el poeta avisa: “No tengo consejos para cortar la yedra ingobernable que crece en las paredes del corazón”. No tiene consejos, pero tiene palabras. Palabras que empapan el corazón, seguramente no tan brevemente como él se cree.
El Paséu/ El Paseo. Miguel Rojo. Seronda 2011