Era una peli austriaca e insoportable. Durante cerca de dos horas penamos con la protagonista de un trabajo a otro, de una humillación a la siguiente. Si ella tenía que despiezar 25 pollos, nosotros los despiezábamos con ella. Si tenía que recolectar fresas, ahí estábamos en el patio de butacas del Jovellanos ‘pañando’ una por una. Si tocaba la prostitución… Pues eso. Salimos del cine asqueados y, lo que es muchísimo peor, aburridos. No recuerdo el título de la peli. Ni el nombre de la directora que nos la presentó. No, el Festival de Cine de Gijón no es perfecto. Vale. Nadie, salvo Sofía Loren, consigue serlo toda una vida. Tampoco incontestable. Cincuenta años, veinte desde que José Luis Cienfuegos lo convirtió en lo que ha sido hasta ayer, dan para casi todo. Dan incluso para labrarse una personalidad propia. Y eso sí es incontestable. Como las colas en las puertas del cine. Como los carteles de ‘no hay entradas’. Como las interminables noches de música en directo. Como el incombustible entusiasmo de los currantes del FICX, de todos, aunque esto no importe demasiado por ser un asunto de ‘consumo interno’. Y como lo que de verdad importa: la dulcísima luz azul de ‘Alamar’, la ternura infinita de ‘La guerre est declaré’, la fuerza oxigenante de cada plano de Michael Glawogger…
Suerte a los que vienen. Por ellos y por lo que nos toca. Y a los que se van, claro. A estos, además: gracias. Muchas.