Gijoneses, orinar o escupir en la vía pública está prohibido. Mantener relaciones sexuales, que no es lo mismo, ni similar, aunque alguna vez haya podido parecérselo, también. Tampoco se puede uno subir a los árboles así porque sí, ni matar “pájaros u otro tipo de animales” (desconozco si las moscas están tipificadas como animales, lo siento). Gritar por la calle y llamar indiscriminadamente a los timbres (ay, que recuerdos adolescentes…) está igualmente penalizado. Lo mismo que destrozar espacios públicos “o sus instalaciones y elementos, muebles o inmuebles”. Que conste. Que les quede claro.Todo esto forma parte de la nueva ordenanza municipal de Gijón para, copio literal: “la protección de la convivencia ciudadana y prevención de actuaciones antisociales”. Y yo me pregunto, ¿realmente es necesario dejar por escrito estas obviedades? Y, si lo es, por qué no se prohibe, por ejemplo, matar a tu vecino, no vaya a ser que a alguien se le vaya la mano en una reunión de la comunidad.
En fin, que de todas las normas, la única que me preocupa realmente es que no se puedan hacer pintadas. El mundo (o Gijón, que, a los efectos que nos ocupan vienen a ser lo mismo) no va a ser igual sin sus ‘Pumarín ye nación’, sin esa punta de Lequerika convertida en Prado callejero. Anoche, cosas de la vida que tiene vida propia, conocí a un tipo, a un artista, aficionado a dejar su impronta, su arte, por espacios públicos. Cuando lo dejé, se disponía a poner carteles de ‘cancelado’ encima de sus obras. Voy a cancelarme yo también, no vaya a ser que haga lo que realmente me apetece, que es coger una escalera y plantarme en lo alto de uno de los magnolios de mi calle y pegar unas voces. Como me acuerdo de Fabio McNamara cuando leo estas cosas. “El mundo ha cambiado y no te has enterado”. Pues eso.