Voy a confesar que cuando supe que Juan Diego Botto sería Arturo Andrade me llevé tremenda desilusión. Más que nada porque Botto es demasiado guapo para resultar tan atractivo (léase como adjetivo del verbo atraer, sin connotaciones horterizantes de revistas para chicas). El caso es que el Andrade de mi cabeza sigue sin parecerse en nada a ‘Martin Hache’, pero después de ver anoche ‘Silencio en la nieve’ he de decir que no me importa. O, al menos, lo considero perdonable y hasta accesorio. Porque la peli de Gerardo Herrero es, eso, una película. Y eso es algo que no se puede decir siempre que uno (una) va al cine. Lo primero y más importante es que, además, es una película entretenida. Sin complejos. Como las novelas de Ignacio del Valle, como ‘El tiempo de los emperadores extraños’ en la que se basa. Y eso jamás es peyorativo, siempre que cumpla a la vez con otro de los requisitos de cualquier historia, ya sea novela, cuento, película, cuadro o sucesión de imágenes: que sea necesaria, que su punto de vista sea otro, diferente. ‘Silencio en la nieve’ es necesaria. Y lo es porque es verdad. Como son verdad algunas personas, como siempre es verdad el arte cuando es arte. Porque, igual que ‘El tiempo de los emperadores…’, igual que en todas las desventuras de Andrade, nadie es bueno ni malo, nadie está de un lado ni de otro. Todos están, de una u otra manera, donde les ha tocado o donde han podido colocarse, que una guerra, telón de fondo de la causa que nos ocupa, no es más que la vida misma llevada a una situación extrema. ¿O no es el día a día de cualquiera seguir caminado y esquivando las bombas? Es también de agradecer, en la peli como en el libro, la ausencia de moralina: la libertad del espectador-lector para sacar sus propias conclusiones, porque hay que tener un par, en este mundo de correcciones políticas, para situar al héroe en medio de la mismísima División Azul.
Un día le leí a Ignacio del Valle, a propósito de otra novela, que estaba “dibujada como Shakespeare producía sus obras: para el público”. Pues eso, que no se la pierdan. Y no lo hagan porque, además de todo lo anterior, en los títulos de crédito he podido comprobar que la cinta tiene ‘maestro armero’. O sea, hay a quien reclamar. Les daría su nombre, pero sospecho que mi memoria para recordar este tipo de datos, máxime si sus propietarios son lituanos, es más que deficiente.