El Congreso de los Diputados -el suyo, señoras y caballeros votantes- se ha gastado este año un millón de euros en iPads para sus no menos señoras y caballeros diputados. ¿Me pregunto que sucedería si el presupuesto del millón de euros fuera para bragas y calzoncillos de las señoras y caballeros diputados, respectivamente? Supongo que se montaría un escándalo; al menos un escandalito y/o escandalín. Y saldría en los periódicos y en esos programas de tele basura que van de serios porque en vez de despellejar a Belén Esteban despellejan a otros y lo visten de tema político y ya está. El caso es que resulta el iPad una herramienta imprescindible para el trabajo en el Congreso, y yo eso no lo dudo (líbreme dios, y menos -espacio patrocinado por Kiosco y Más- con esa pedazo de aplicación que tiene El Comercio para el iPad que permite a las señoras y caballeros diputados leer, entre otros, este su decano de la prensa asturiana sin moverse del escaño). Pero igualmente imprescindibles para su trabajo resultan, o eso espero, sus respectivas bragas y calzoncillos, y a nadie se le ha ocurrido financiárselos; ni subvencionárselos siquiera. Podría ser, claro, como podría ser que fuesen voluntarios. Y esto no es idea mía, que es de Ana Botella, Ana Botella la alcaldesa de Madrid, aclaro esto porque, como la responsable de exposiciones de Laboral Centro de Arte se llama igual, no quiero llevar a equívocos, que hay gente para todo. La cosa es que no son voluntarios y cobran 3.126 euros brutos al mes, que, sumados a dietas y derivados, se pueden poner tranquilamente en 6.000, euro arriba, euro abajo. Así que, digo yo, lo mismo que les da para llegar a fin de mes con la ropa interior puesta donde tiene que ponérsela, les dará para hacerse con una tableta, de Apple o de lo que más les guste. Vamos, digo yo. Y ahora me llamarán demagoga.