Llegué al fútbol como quien conoce a uno de esos novios guapos que terminan por aburrirte. Me hice fan rápido, tan rápido y con tanta intensidad que supongo que me pasó como a la copla: “se me rompió el amor de tanto usarlo”. Hoy el Sporting se ha lanzado a los brazos de la tal Segunda y a mí me pilla fuera de juego; ahora que por fin sé lo que es, resulta que ya no me importa. Pero como pasa con esos novios a los que alguna vez echas de menos, me pasa que me he acordado de tantos gritos, de tantas lágrimas, de tantos abrazos entre desconocidos, de tanta fiesta… Me pasa que he vuelto sin querer a aquellos partidos de emoción y de milagro, a aquellos desplazamientos en los que parecíamos entre el ejército de Troya y la afición del Alcoyano, a aquellos cánticos del ‘pobre del que quiera’… Y solo me apetece coger a Clemente y decirle que se vaya a su casa, que nos deje en paz, que nosotros sabemos perfectamente lo que es correr en Fórmula 1 con un vespino, y ganar jugando mal, sin jugar y hasta perdiendo. Qué somos el Sporting, coño.

Hala, ya está, he vuelto. Aunque me temo que, una vez más, llego tarde.