Tienen algunos políticos la extraña virtud de crear problemas donde no los hay, y mira tú que hay. Problemas, digo. Políticos, también. Pasa mucho en ayuntamientos y diputaciones varias. Pasa cuando el que llega piensa que, por llegar, tiene que cambiar algo simplemente por eso, porque ha llegado. Hoy he leído que en una localidad de Almería de tamaño aproximado a Cabañaquinta, el PP ha decidido cambiarle el nombre al Auditorio Rafael Alberti. La razón es de lo más razonable: Alberti no vende. O eso dicen que ha dicho el flamante concejal de Cultura de turno. Sobre eso habría mucho que discutir y puede que también habría que preguntarle a su viuda, o viudísima, pero ese no era el tema. El tema era que mientras la corporación se enzarza en cuestiones que no llegarán a ningún lado, Alberti sigue hablando, porque, como todo el mundo sabe, los poetas no mueren nunca. Y, con auditorios y sin ellos, dice cosas como ésta…
El ángel bueno
Vino el que yo quería
el que yo llamaba.
No aquel que barre cielos sin defensas.
luceros sin cabañas,
lunas sin patria,
nieves.
Nieves de esas caídas de una mano,
un nombre,
un sueño,
una frente.
No aquel que a sus cabellos
ató la muerte.
El que yo quería.
Sin arañar los aires,
sin herir hojas ni mover cristales.
Aquel que a sus cabellos
ató el silencio.
Para sin lastimarme,
cavar una ribera de luz dulce en mi pecho
y hacerme el alma navegable.
Pues eso. Ellos, que sigan discutiendo. Nosotros vamos a ver si nos hacemos el alma navegable.