Los griegos, que eran muy listos aunque hayan degenerado bastante, si se me permite la generalización, inventaron el concepto de héroe. Eran los héroes mitad hombre, mitad dios, y tenían virtudes sobradas para andar por el mundo, aunque a veces se empeñasen en cosas absurdas del tipo subir y bajar una montaña sin solución de continuidad. Después llego la Marvel y ya no hacía falta haber sido engendrado por divinidad alguna. Valía, por ejemplo, con venir de otro planeta, con que te picase una araña o con que te comprases un traje negro muy molón y vengases la muerte de tus padres capturando malignos por la noche. Y luego ya llegamos nosotros, los españoles, esas gentes otrora conquistadoras y con un imperio en el que, como en Gijón estos días, pero al revés, no se ponía el sol. Llegamos, digo, y reinventamos el concepto de héroe. Ahora resulta que uno mete la pata, luego pide perdón, algo que, como el valor en el ejército debería sobreentenderse, y se convierte en héroe. Y, ojo, que no digo yo que no esté bien que el Rey se haya disculpado, que está estupendamente, pero de ahí a que nos pongamos a aplaudir hay un trecho. Como el de Sísifo montaña arriba, montaña abajo. O más.