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Allons enfants de la patrie

De siempre me gustó la Marsellesa, una canción mucho más apta para momentos de exaltación etílica que el ‘Asturias patria querida’ por razones evidentes, especialmente para un asturiano y/o asturiana, como es el caso; y Molière y Fausto y Madame Bovary, aunque sea una petarda y rece por encontrármela un día para montarle un pollo. De toda la vida he sido fan, muy fan, de la Resistencia. Y, si me apuras, de Napoleón y hasta de Maria Antonieta, incluida la de Coppola, que es lo que tiene no tener criterio y dejarse llevar por el vestuario de una película. O por el ruido de los fuegos artificiales. Adoro el vino tinto de Bordeaux y el blanco de Champagne; el camembert en todas sus posibles variedades, cuanto más apestoso, mejor (esto también me pasa con otras cosas, pero tampoco vienen a cuento ahora, que yo no me ando metiendo con los vicios de los demás); las tortillas del monte Saint Michel; los ‘tartare’ de París; el soniquete de ‘La vie en rose’ en cualquier esquina, y ver una y mil veces ‘Los 400 golpes’, esto ya sin salir de casa.

Me gustan los franceses, su chovinismo, sus narices grandes y sus flequillos y, durante una época, lo reconozco, me gustó Sarkozy. Me gustaba ese rollo suyo justiciero, ese voy a rescatar a unas cooperantes en avioneta y luego, a cambiar el mundo y a poner a los funcionarios firmes y al resto, a currar. Pero fue subirse a los tacones y empezar a perder fuelle. La culpa la tuvo, en buena medida, una mujer. Una mujer por la que Sarko, hasta entonces mi Sarko, perdió los papeles. Y no, no se llama Carla, se llama Angela, y resulta mucho más peligrosa para cualquiera que no sea alemán. Aunque, bien visto, fueron dos, ella y su prima ‘crisis’. Digo esto porque Sarkozy ya no está en el Eliseo y desde que le echaron, hace apenas 24 horas, llevo oyendo sirenas cantar sobre el renacimiento o el fin de la nueva-vieja Europa, dependiendo de dónde venga la música. Y me pregunto cómo tanta sirena y tanto politólogo de 140 caracteres no se pregunta si realmente ganó Hollande o su circunstancia. Como en España, pero al revés, vaya.

Cuanto antes nos demos cuenta de que para esta temporada no se lleva ni el blanco ni el negro, mejor. Ni en las pasarelas de París ni en ninguna parte a este lado del mundo. O nos inventamos un color, o nos caemos de culo en medio del desfile. No sé si me explico.

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por María de Álvaro

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mayo 2012
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