He hecho un descubrimiento que necesito compartir: Ryanair no es una compañía aérea, es una metáfora. Ryanair es al avión lo que el mundo de hoy al mundo de hace tres días (cinco años, vale, año arriba año abajo dependiendo de si el cálculo es de Krugman, de Zapatero o de la cajera del Mercadona). Lo sospechaba, pero lo he confirmado: volar en Ryanair es lo más parecido que he hecho en mi vida a cometer un delito. O eso imagino, porque supongo que si cometes un delito, o hasta si eres sospechoso de haberlo cometido, en comisaría te tratarán de forma tirando a despectiva, sin pegarte ni insultarte, que no estamos en Guantánamo, pero sin carantoñas ni educación, que es una cosa que está muy sobrevalorada porque se puede andar por el mundo sin ella y no pasa nada, que se lo pregunten si no a cualquier concursante de Gran Hermano.

La cosa es que el low cost consiste en cobrarte poco a cambio de hacerte caminar por medio de una pista bajo las inclemencias del tiempo, ya sea lluvia, vientos huracanados o sol de justicia, mientras un señor, que primero te miró mal cuando fuiste a facturar, porque un sujeto con maleta es siempre un sujeto sospechoso, y después te martirizó durante el tiempo que duró el vuelo tratando de venderte bocadillos de jamón, de jamón con queso, de lechuga con tomate, de bonito con sabediosqué (y así toda la carta, porque la recitan), colonias y cremas antiarrugas varias, tabaco de plástico que se puede fumar hasta en un velatorio y, por supuesto, ese ‘rasca y gana’ que “te puede cambiar la vida”, pues ese mismo sujeto, decía, es el que te invita, como un pastor invita a sus cabras, a que te des prisita y te metas rápido en la terminal, que no tiene todo el día.

Y a mí, que este calor húmedo me sienta tirando a mal, me da por pensar que Ryanair no es una compañía aérea, que es una metáfora. O el resultado de lo que somos. Con lo que nosotros hemos sido. O nos hemos creído ser. A ver si esto también va a sobrevenirnos porque antes volábamos por encima de nuestras posibilidades. Ay.