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Morir en casa

Me gusta vivir en un país sin presos políticos, un país en el que es necesario un juicio para ser declarado culpable, en el que el adulterio no es delito, ni existe la pena de muerte. Me gusta vivir en un país que deja a los enfermos terminales morir en su casa, así esos enfermos terminales estén en la cárcel y no merezcan ni el aire que respiran. Porque hasta en eso se diferencian las víctimas de los verdugos, las gentes con alma de los desalmados. La venganza es un plato que por frío que se sirva no alimenta. La justicia es otra cosa. Y la justicia, en ese país en el que a mí todavía me gusta vivir aunque ya nos vaya quedando poco, permite que un enfermo terminal se muera en su casa. Vale.

Lo que ya no sé si vale es que tengamos que aguantar esas concentraciones a favor de los “derechos humanos” pidiendo la excarcelación de Josu Uribetxeberria Bolinaga, el hombre que además de secuestrar a Ortega Lara no dudó en asesinar a un chaval de Avilés del que ya solo se acuerda su familia. Fue en 1985, tenía 28 años y cometió un ‘delito’: ser guardia civil. Sencillamente, revuelve las tripas. Por no hablar del flaco favor que le hacen politizando su causa y pretendiendo convertir en héroe a quien solo es un verdugo; además de un mierda, si me puedo poner grosera, debe ser cosa de la revoltura de tripas.

Y a pesar de todo, me gusta vivir en un país que deja a los enfermos terminales morir en su casa. Nosotros no somos como ellos. Ni lo seremos nunca.

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por María de Álvaro

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