Solo hay algo más odioso que hacer una maleta: deshacerla. Ese momento terrible en el que los días y las noches de un viaje cualquiera, o su recuerdo, se juntan con montones de ropa sucia esparcidos por el suelo. Pero eso será más adelante. Ahora, toca hacerla.Y en esta maleta no hay esta vez un millón de ‘porsiacasos’, ni tacones, ni plancha del pelo. Esta vez voy a meter, ya lo he hecho, no sé cuántos muñecos y todos los libros para aprender a leer posibles. En el poco espacio libre, he puesto el peso máximo autorizado de entusiasmo. Iba a meter también algo de miedo, pero, como no cabía, lo he cambiado por una bolsa de prudencia, que pesa mucho menos. Me la ha dado mi padre a última hora (“Piensa las cosas cinco veces y, luego, haz lo que quieras”). Esta vez el destino no es una playa ni una ciudad llena de turistas. Mi maleta y yo nos vamos al colegio Bendición de Alotenango, en Guatemala, de donde, sospecho, vamos a venir mucho más cargadas de lo que nos hemos ido. Seguiremos informando.