Refacción es una palabra mágica en Alotenango. Cuando el profe Marío grita (es un decir, que aquí nadie grita) “refacción” desde la puerta, la clase estalla en una algarabía que termina en una cola formal y sorprendentemente ordenada para bajar al comedor. Porque la refacción es el desayuno o la merienda, dependiendo de la hora del día, y para muchos niños del colegio de Alotenango, su comida más importante del día, puede que hasta la única. Una tortilla de maiz con un jugo, un pequeño cuenco de pasta o un vasito de atol (una especie de sopa de maíz) conforman cada día eso que aquí se llama refacción y que es una comida, pero parece una fiesta.
Hoy estábamos leyendo un cuento en clase, porque mi clase, que no lo he contado, es la de los magos de las palabras y los superhéroes de los números. Está fatal que yo lo diga, pero inventamos unos cuentos alucinantes en los que hasta votamos el final y somos más rápidos multiplicando que los vaqueros del oeste sacando su revólver. El caso es que hoy estábamos leyendo un cuento cuando llegó el profe Mario y avisó de la refacción. Sonó la palabra mágica, pero no se movió ni una mosca. Sólo se oyó un “noooooooooooooooooooooooo” que tengo miedo que haya cruzado el Atlántico. Y nadie se levantó hasta que no terminó el cuento.
Hoy ya no camino, directamente floto.