La carretera parecía una curva eterna. Pasamos cafetales, campos de maíz, montañas, pueblos y hasta algo parecido a ciudades y donde quiera que diésemos la siguiente curva aparecía idéntico cartel: ‘Pinchazo’.
-¿A qué llaman exactamente ‘pinchazo’ ustedes? –le pregunté al conductor.
-Pues a ‘pinchaso’, ¿a dónde llevan ustedes el carro cuando se les poncha una rueda pues?
Y me quedo clarísimo, naturalmente.
El español es ese idioma maravilloso capaz de adaptarse a tantas y tantas realidades. Aquí (acá) hay pinchazos a los jamás puedes llevar un coche, porque resulta que eso es un cerdo y nada más que un cerdo y te pueden mirar fatal. Exactamente igual que si pretendes coger cualquier cosa y muy especialmente si te refieres a una persona. Lo aprendí un día en el recreo que propuse jugar a eso, a coger. Los niños aún se están riendo, y es fácil de imaginar por qué. Y si coger está fatal, en público al menos, se entiende, mucho peor si uno va pelado, que no es tener frío, ni estar sin un duro, ni nada que se le parezca, sino andar como su madre le trajo al mundo.
Las cosas aquí son chileras cuando son buenas, que nada hay mejor que el chile (esto ya es opinión personal) y resaca no se gasta, que es goma, pero de todas las palabras, de todas las expresiones de Guatemala, mi favorita la oí por primera vez un día en el autobús cuando una chica que quería pasar me dijo: “¿Me regala usted su permiso?” Y cómo no iba a apartarme pidiéndomelo así, hubiera salido volando de ser necesario. Aquí, y eso es lo más grande, todo se regala. Desde una cerveza en un bar, hasta un periódico en la calle, que es, por cierto, donde se venden, pasando por el tiquet de la lavandería. Luego hay que pagarlo, claro, pero suena tan bonito… Tan ‘calidá’. ¿Me lo regala?