Encerrarse en un convento ortodoxo rumano no suena, a priori, nada alentador. Hacerlo durante dos horas y media, en una butaca incómoda, piernas encogidas, mirada forzada, fila 2, mucho menos. Sufrir una angustia contenida durante todo ese tiempo, casi rítmica, de esas de llanto seco, tampoco contribuye a pasar la mejor noche de viernes de […]