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Una historia con Jordi Mollà

Jordi Mollà y yo tenemos un historión. Fue hace unos cuantos años. Yo estaba sola en una ciudad desconocida e hice una de las cosas que se pueden hacer cuando uno (una) está sola en una ciudad desconocida: me fui al cine. Pero como las ciudades desconocidas siempre están llenas de sorpresas, llegué tarde. Pasaba un cuarto hora del comienzo de la película. Me dio igual. Me fui a la taquilla, pedí mi entrada y una chica, amabilísima, me explicó que habían decidido no proyectarla porque no había ido nadie.
-¿Te importa ver otra?
-Pues la verdad es que sí, quería ver esa.
-Espera un momento, por favor –Cogió el teléfono, le oí un “ya, pero es que dice que no; ya, pero ¿qué hago?; bueno, sí, anunciada está; bueno, ok, vale”.
-Ahora empieza, ¿cuántas entradas?
-Una, gracias.
Y me senté en medio de la sala, como quien sube a un trono o llega después de un día largo a su sofá. Y empezó, para mí, ‘El cónsul de Sodoma’. Y durante la hora y media siguientes, Jordi Mollá y yo vivimos con Jaime Gil de Biedma, y nos reímos, y nos asqueamos, y disfrutamos de chorradas, y de cosas importantes, y puede que hasta llorásemos.

Así que Jordi Mollà no lo sabe, pero él y yo tuvimos una tarde un historión. Y por eso yo volví a sacar mi entrada, y me volví a acomodar en la butaca, esta vez ya rodeada de gente, para ver su, creo, cuarta película como director: ‘88’. Teatro Jovellanos, Festival Internacional de Cine de Gijón, Sección Oficial.

88 bostezos, 88 ‘ufs’, 88 ‘no me lo estoy creyendo’, 88 ‘qué coño es esto’, 88 risas en momentos pretendidamente dramáticos después, puedo decir que en el arte, en la literatura, en el cine y en un bar, solo hay una cosa peor que ser un pesado, y es ser un pesado pretencioso. Jordi, querido, jamás olvidaré aquella tarde en aquella ciudad desconocida, pero espero olvidar pronto, mañana a más tardar, el coñazo padecido. No digo que no lo hayas intentado, no digo que tu película, o tu intención, no tenga más mérito que mucha basura de la que arrasa en taquilla, pero para jugar a ser David Lynch, posiblemente haya que ser David Lynch y, además, ser amigo de Badalamenti para que te haga la música.

Claro que a ti todo esto te importará un pimiento, porque puedes decirme, robándoselo a nuestro Gil de Biedma, aquello de “De mi pequeño reino afortunado / me quedó esta costumbre de calor / y una imposible propensión al mito”.Vaya, que sí, que la culpa igual es mía.

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por María de Álvaro

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