Ryanair se va. Y les vamos a echar mucho de menos. Como se echa de menos a aquel novio que solo te mandaba flores después de haberte puesto los cuernos. Como se añora al vecino que en vez de piso creía tener una discoteca. O a la abuela empeñada en que madrugar los fines de semana era de lo más sano. Porque el exnovio y el exvecino eran un par de cabrones, sí, pero con mucha gracia. Y tu abuela, pues era tu abuela. Les echaremos de menos con la misma nostalgia que los veraneos de cuando erámos niños, esos que, al revés que las oscuras golondrinas, no volverán te pongas como te pongas. Porque tú te acuerdas de la sensación de que no se acabarían nunca, no de los bocatas de mortadela con arena.
Ryanair se va. Y les echaremos de menos, primero y antes que nada, porque quejarse es un deporte nacional, porque ese puntito de masoquismo lo tenemos todos. Porque, en realidad, la ruleta rusa de si el equipaje de mano entra o no entra entre esos hierros infames dispara más la adrenalina que el rasca y gana ese que venden a bordo y que puede cambiarte la vida , o eso dicen, a no sé cuantísimos pies de altura. Porque bajarse de un avión directamente a la pista por las escaleras es lo más cerca de parecer Jackie Kennedy que vamos a estar en nuestra vida. Porque uno no debe fiarse jamás de la gente que sonríe siempre. Y los empleados de Ryanair sonríen solo a veces. Se cuenta por ahí que algunos no lo han hecho en su vida.
Les vamos a echar de menos por todo eso, pero también porque sus billetes son baratos. Muy baratos. Y lo son porque ellos saben que una empresa que no es rentable, no es una empresa, es la Seguridad Social. Y viajar, no nos engañemos, no es un derecho humano, por lo menos que se sepa. Ahora se van de Asturias y de casi toda España. Se van porque como a Aena, que éramos todos, o eso nos dijeron, no le salen las cuentas, ha decidido subir las tarifas aeroportuarias. Algo así como si un bar vende la mitad de cafés y los cobra al doble para seguir ganando lo mismo. Y dice el señor Ryan que él pasa, que se marca un Londres-Punta Cana y le sale más barato que el Pumarín-Somió. Y miles de empleos están en peligro. Y Aena, claro, le echa la culpa. Y quien debería decirle algo a Aena mira para otro lado, porque la gestión pública suele olvidarse de que para gestionar y, sobre todo, para poder seguir gestionando, hace falta invertir. Y, claro, también hace falta ser rentable. Pero eso está fatal visto.