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Culpables e inocentes

La culpa no es mía. Es una parte de Scorsese, otra de Coppola, puede que hasta de los Soprano. Me gusta Bárcenas. Su pinta, digo. No puedo evitar el efecto imán cada vez que abro un periódico o pongo la tele. Esa frente sutilmente despejada, esas patillas de Curro Jimenez pasado por la urbe, ese abrigo de imponentes solapas… Ese pañuelo en el pecho que parece que le coloca Nati Abascal cada mañana antes de salir de casa. Se viste Bárcenas como invierte en Bolsa o en arte, con precisión suiza, sí, pero mezclada con ese macarrismo ibérico que, desdengáñense, queridos, nos gusta a las mujeres por más que quede feo reconocerlo. Y queda feísimo, ya lo sé.

La culpa no es mía, es de Hollywood, que siempre compartió negocios con la mafia y nos dibujó a los capos como héroes en lugar de villanos. ¿O no iría usted, caballero, encantado a la boda de la hija de Don Vito? ¿O no estaría dispuesta usted, señora, a aprender a hacer ñoquis con Vincent Mancini de maestro? Pues eso.

La culpa no es mía y la cosa tendría su gracia si no fuera porque en la Sicilia que nos pintó El Padrino los problemas se solucionaban con pasteles de ricota que parecían un accidente, salía un ‘The end’ y a otra cosa. Aquí no, aquí coge el señor Corleonne y planta una denuncia por despido improcedente. Y puede que hasta cobre el paro. Ya está. Ya estamos todos. No falta nadie. Podemos cerrar la puerta. O tirar de la cadena. La civilización de Occidente -esa y la de estar civilizados, así sin más- se nos va por el desagüe. Habrá que estar atentos no vaya a ser que además de corleones importemos beppes grillos con aspiraciones mesiánicas. Ay.

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por María de Álvaro

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marzo 2013
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